En medio de los escándalos de corrupción y de la creciente ola de crímenes, que marcaron el inicio de 2010, se anunció el viaje del presidente Ricardo Martinelli – en su flamante avión donado por China-Taiwán – a la reunión anual de magnates capitalistas en Davos, Suiza.
El presidente Martinelli se escapó sin mayores explicaciones y sin informar cuales eran sus objetivos. Si alcanzó a anunciar que antes de cruzar el Atlántico, haría una escala en Tegucigalpa. En esta capital centroamericana pasó a darle un espaldarazo a Porfirio Lobo, quien se apropió de la presidencia de ese país de manera fraudulenta.
Martinelli se sintió solitario en la patria de Morazán ya que los gobiernos latinoamericanos no asistieron a la ceremonia. EEUU quedó aislado ya que nadie reconoció los resultados electorales.
La pregunta que tendría que hacerse Martinelli es ¿qué va a hacer en Davos, en los Alpes suizos? Todos los panameños creíamos que ese famoso “resort” invernal era el coto reservado del ex presidente Pérez Balladares, actualmente bajo órdenes cautelares de la justicia.
Martinelli no ha informado pero se pueden sacar algunas conclusiones si utilizamos el método de la deducción. Para ello hay que averiguar quiénes y para qué se reúnen en Davos. En segundo lugar, hay que averiguar que puede buscar un presidente de la República en esa compañía.
Davos se puso de moda entre los grandes magnates del mundo a partir de la década de 1980 cuando los gobiernos de las grandes potencias comenzaron a ejecutar sus políticas neoliberales. En ese medio de negocios intercambian información sobre transacciones en las bolsas de valores en todo el mundo.
La información que pasaba de mano en mano le permitía a los magnates conocer mejor las consecuencias que tenían las medidas de las instituciones financieras internacionales para arrebatarle los tesoros a los países vulnerables. Las economías de los países caían uno tras otro. En América latina se produjo el “caracazo” en 1989, el corralito en Argentina y la crisis del “tequila” en México. Como resultado de estos movimientos financieros, países enteros quebraban y sus ahorros eran transferidos a la banca internacional o a “magos financieros” como Slim (México), Cisneros (Venezuela) y Piñeiro (Chile), entre otros.
El premio más grande de Davos se lo llevaban los banqueros norteamericanos que acumulaban millones de millones de dólares engañando a sus clientes (entre ellos muchos países) hasta el estallido de la burbuja inmobiliaria en septiembre de 2008.
A pesar de la quiebra financiera global en septiembre de 2008, se reunieron los magnates – con la cola entre las piernas – en enero de 2009. Todavía quedaban algunos negocios bursátiles apetitosos. En 2010 todavía no hay signos de recuperación pero siguen viajando a Davos. Incluso, Martinelli con su banda presidencial y nuevo juguete (avión) se hace presente.
Los grandes capitalistas del mundo tienen sus miras puestas sobre las nuevas economías “emergentes”: Brasil, India y, sobre todo, China. Son los únicos países donde se pueden hacer inversiones con probabilidad de generar ganancias. El resto del mundo está en quiebra, sus riquezas ya fueron saqueadas o sólo sirven para extraer materias primas.
Martinelli es optimista en materia de negocios. Cree que los especuladores pueden interesarse por Panamá. En la ONU, en septiembre de 2009, invitó al mundo a hacer negocios en Panamá. Ahora viaja a Davos con la misma misión.
Si en la ONU no le prestaron atención, en Davos será menos atractivo. Panamá tiene, es cierto, un canal interoceánico estratégico, puertos y una zona franca. Cuenta con una franja de población educada y formada. Sin embargo, Panamá no tiene un plan de desarrollo a corto, mediano y largo plazos. Los especuladores en tiempos de crisis tienen que apostar minimizando el riesgo. Se acabaron las apuestas tipo “casino” o de “ruleta”.
El gobierno de Martinelli tiene que cambiar de rumbo. La tarea más importante es preparar un plan de desarrollo nacional con objetivos claros y metas realistas. El primer objetivo es aumentar la producción en las ciudades y en el campo a una tasa anual promedio de 6 por ciento. La primera meta es reducir la informalidad en el empleo del 40 por ciento actual a la mitad en cinco años.
Con este portafolio, todos lo escucharían en Davos y en la ONU. Más importante, Panamá comenzaría a avanzar en la dirección correcta, acabando con la criminalidad y eliminado la corrupción.
Panamá, 28 de enero de 2010.
jueves, 28 de enero de 2010
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